Del monte a la ciudad

Por Héctor

Estuve de visita esta semana en una de las tantas urbanizaciones que se desbordan en el área metropolitana de San Juan y me topé con un visitante inesperado. Un ave cuyo canto particular –un trino melodioso y metálico– y espectacular coloración –azul cielo metálico en la cabeza, azul ozcuro en el dorso y amarillo brillante en las partes frontales–  eluden el oído y ojo humano aún en los bosques densos donde habita. Desconocido entre casas y edificios, carreteras y automómiles, se movía ágilmente entre las ramas de un muérdago –una planta parasítica– que  hizo su huésped a un Roble Blanco (Tabebuia heterophylla). Allí se alimentó durante unos minutos, salpicando el aire de notas metálicas y mostrando el esplendor de su plumaje ante mi mirada atónita, y siguió su camino. La última vez que tuve la oportunidad de apreciarlo con tanta claridad fue a miles de pies de elevación, en las montañas de Carite, en medio de un bosque denso y húmedo. No había casas allí, ni bullicio. No escuché ese día las bocinas de los carros en el tapón, ni los televisores coreando los programas de media tarde. No había gente.

Jilguero

El Jilguero o Canario del País (Euphonia musica) es un ave pequeña,  común en los bosques densos de Puerto Rico. Ocurre desde las montañas secas del sur hasta los picos húmedos del Yunque y en estos hábitats prefiere las copas de los árboles. Se alimenta principalmente de los frutos del muérdago y contribuye a su dispersión. La foto de arriba fue tomada en Carite por Alberto López (©). La misma es de un Jilguero macho, que tiene una coloración similar, pero más brillante, que la de la hembra.

Este encuentro con una especie tan particular en el corazón de San Juan es para mí una oportunidad de reflexionar sobre la importancia de los espacios verdes y bosques urbanos en medio de la ciudad. Cada árbol, cada ave, cada elemento vivo, no es sino un eslabón en una red compleja de relaciones poco entendidas pero sumamente importantes. Aún en la simplicidad aparente de estos espacios, siendo «bosques artificiales» en cierto sentido, con árboles y arbustos espaciados uniformemente a lo largo de aceras, calles y jardines, los mismos son importantes para la biodiversidad.  Son numerosos los elementos de nuestra flora y fauna que los utilizan como parte de su ciclo de vida. Hay más que edificios, carros y gente en la ciudad. Estos lugares no son sólo nuestros, los compartimos con otros organismos que dependen de ellos para su subsistencia. No hay que viajar muy lejos para disfrutar de la llamada «naturaleza». Sólo hay que alzar la vista.

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